martes, 20 de diciembre de 2011

ESTAMOS BIEN


Entro a la regadera y me doy cuenta de que solo me queda un poquito de shampoo. Es raro, pero no me importa.  Me baño rápido, me seco y me pongo algo más bonito que los pantalones cortos que he estado usando desde el 20.  Mi mamá cierra el teléfono y nos disponemos a celebrar la navidad más extraña de nuestras vidas. 
Solo tenemos dos tamales congelados. 
- Uno para ti y uno para mi, dice mi mamá. 
La vecina la llama.   Ella sale con cuidado y  regresa con medio pollo asado y su fe en la humanidad renovada.  Les llevamos uno de nuestros dos tamales y pensamos que así debería ser siempre la Navidad. 
Algo tan insignificante como poner la mesa me conmueve hasta las lágrimas.  Pienso en todo lo que no sé.  Nos reímos mientras comemos, recordando a los hombres de la calle que bajaron a la esquina a esperar a los CODEPADI.  Primero pasó uno con un rifle.  Luego pasaron dos con machetes.  Luego, otro con un bate.  Y finalmente, uno que no encontró más nada que una yuca grande y gorda para defenderse. 
El teléfono suena otra vez.  Mi mamá contesta, mientras recojo la mesa y friego.  Esta es la guerra más cómoda del mundo, nunca se ha ido la luz y tenemos agua y teléfono, decimos, y mientras los rostros ríen, los corazones lloran.  No nos ha tocado perder a nadie.  Pero algo hemos perdido. 
- ¿Si? ¿Otra vez?  Pero ayer también dijeron que venían por San Francisco... ¿Y que se están metiendo en las casas?  Yo no creo que eso sea verdad... ¿Una prima de la vecina?  No creo, en la entrada de la barriada hay un tanque... Sí... Estamos protegidas, sí... Hablamos.  Feliz Navidad a ustedes también.
Nos sentamos frente al Nacimiento mientras vuelan los helicópteros sobre nuestra casa.  Prendo una velita y me imagino a San José, sin comida, en una tierra ocupada, dependiendo de la caridad de su prójimo.  Pobre hombre.  Por un segundo, agradezco que mi padre y mi abuelo no hayan vivido esto.  Nada nos ha pasado.  Estamos bien.  Lo bien que se puede estar con el corazón desgarrado.  Cantamos Tu Reinarás.  En nuestra patria, en nuestro suelo.  Cuando llegamos al coro tenemos un nudo en la garganta.  

lunes, 12 de diciembre de 2011

EL CONVENTO


La novicia y el doctor cruzaron juntos el patio interior del convento y caminaron por los antiguos corredores que llevaban a las celdas.  Al llegar, ella se paró, como un soldado,  junto a la puerta.  El doctor asintió, tocó suavemente con los nudillos e hizo girar la perilla.  Entró con la rapidez de un felino y se perdió en la oscuridad del cuarto.  Afuera, la novicia esperó sin moverse, con las manos cruzadas.  Nunca había visto a la hermana que vivía entre esas cuatro paredes.  Nadie la había visto, salvo el médico y la madre superiora.  Llegó una nochebuena en medio de bombas y balas, y se encerró a vivir sus últimos años en contemplación y absoluto silencio.  Solo se comunicaba con el exterior a través de una pequeña rejilla corrediza por la que entraban y salían, sin mediar palabras, las simples vituallas, las perfumadas sábanas, los blancos hábitos. 
Luego de un tiempo, no podría decir si largo o corto, el doctor salió, pálido y sombrío.  Le pidió a la novicia que lo dirigiera hacia la madre superiora.  La encontraron en la cripta del convento, dando órdenes con la fuerza de un general a los trabajadores que restauraban las antiguas paredes de piedra. El doctor le susurró dos frases al oído, y a pesar de que la novicia se había quedado en la puerta, la madre superiora le hizo un gesto para que se marchara.  Eso fue todo lo que vio la única vez que se acercó a la celda de la hermana que vivía en contemplación.
Así se lo relató a los investigadores de la Comisión de Justicia y Paz cuando vinieron, años después preguntando si era cierto que ese convento le había dado refugio a una monja, que había llegado una nochebuena de bombas y balas, acompañada por el Nuncio Apostólico, cuatro días después de la Invasión.  

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Cuento para leer en el semáforo

Cuando le tocó el turno,
luego de hacer una larga fila que duró toda su vida,
comprendió que ya no le interesaba.


Logró dar un corto y maravilloso paseo,
antes de caer fulminado por la muerte.   

domingo, 27 de noviembre de 2011

Métodos

Cuando se le ocurría una idea para una historia, se echaba una piedrita al bolsillo, como recordatorio.  Al principio regresaba de sus paseos matutinos con una o dos piedritas, pero pronto el método probó ser infalible.  En poco tiempo ya las ideas no se le ocurrían a él, si no a las piedritas. Fue limpiando los caminos hasta dejarlos en polvo seco y duro, en tierra apisonada.  Las piedritas se acabaron y los bolsillos de su pantalón se llenaron de huecos.  Entonces empezó con las hojas de los árboles. 

domingo, 20 de noviembre de 2011

Sin Título #1


En mi sueño yo contesto el teléfono y una persona me pregunta por alguien que no conozco.  Es una voz de mujer, y se trata de un tema formal, algo de negocios o de trabajo, no sé.  No recuerdo las palabras, sólo recuerdo adquirir la conciencia de escuchar soledad pura por el auricular.  En mi sueño pienso en lo triste que tiene que estar esta persona para lograr que se le escape la soledad a través de palabras. 
Luego ya no estoy en el teléfono.  Estoy en un banco y sigo hablando con la misma persona, pero ahora cara a cara.  Solo nos separa un escritorio lleno de papeles.  Miro sus ojos.  No los conozco, pero son los ojos más tristes que he visto dormido o despierto.  Pienso: “Estos son los ojos más tristes que he visto, dormido o despierto”.  Pienso: “Estoy soñando con una mujer triste que no conozco”.  Ella sigue inmersa en su explicación de tasas e intereses, en su firme aquí, en su permítame su cédula.  Pienso: “Quiero sacarla de aquí, llevarla a ver el mar”.  Eso pienso, llevarla a ver el mar.  En mi sueño, afuera del banco hay rocas, y más allá de las rocas está el mar.  Quiero sacar a la mujer triste del banco para que vea el mar, porque, en mi sueño, el mar es la cura para la tristeza.  Cruzo la puerta del banco, veo claramente al guardia de seguridad que me dice déjeme revisar a la mujer triste que lleva en su bolso.  Abro mi bolso y sólo hay un cuaderno de apuntes y mi celular, que suena.  Contesto.  Es la mujer triste del banco que me habla de cuentas corrientes, de depósitos a plazo fijo.  Me siento en una roca frente al mar, afuera del banco.  Cierro el celular y vuelve a sonar.  Abro los ojos, estoy en mi cama.  Suena el teléfono.  Contesto.  Es una mujer triste que me quiere vender un fin de semana frente al mar.  

lunes, 7 de noviembre de 2011

I N D I G E S T I O N

Vivir frente al mar te enseña muchas cosas.
Vivir frente al mar te enseña la futilidad de las preocupaciones.
Pero sobre todo te enseña a ceder el control.

A aceptar y a contentarse.
El mar todo lo limpia.
Hasta un cerebro enmarañado.  Hasta una tristeza oscura.
Mi Caribe me devuelve cada día sacos de basura.
Entre eso, este poema.









I N D I G E S T I O N

Algo que comió
le ha caido mal.
Vomita
sobre mi alfombra de centavos.

Reviso.
Botellas de agua, todas con sus tapas
cuidadosamente enroscadas por la mano criminal.
Sogas y redes, disfrutando de una merecida jubilación.


Artículos inexplicables, sacados de contexto
para
convertirse
en
tristeza.

Y cientos y cientos de zapatos viudos.

Temo que esté tramando
un maratón de peces,
un batalla de pulpos,
o algún otro acto vengativo.

A pesar del miedo
lo admiro:
tiene buen color.

martes, 1 de noviembre de 2011

Tío Conejo y El Repicador

¿Ustedes han oído a la abuelita decir alguna vez “Ese que va ahí… sabe más que Tío Conejo”?  Es que Tío Conejo, sabe mucho.  Sabe tanto que durante su larga vida pudo salvarse más de una vez de las garras del Tío Tigre, del Tío Lagarto y de la Tía Zorra, e incluso una vez en Taboga me contaron, que hasta de la Tía Ballena.

Pero, llegó el día que Tío Conejo se puso muy enfermo. Entre sueños y delirios pensó:  - “Ayyy…he vivido grandes aventuras.  He engañado a algunos para salvar mi pellejo y me he reído de casi todos, pero una gran tristeza embarga mi corazón.  Tengo que idear un plan para volver a escuchar un tamborito.”-

En esas meditaciones estaba Tío Conejo, cuando llegó a visitarlo el Repicador.  El Repicador era un niño de muy buena familia, bien educado, siempre dispuesto a ayudar a los demás,   Como siempre, venía a visitar a Tío Conejo para saber de su salud, pues hacía meses que lo veía decaído.

-Tucutuplá tuplá- ,dijo el Repicador, que en el idioma de los instrumentos de percusión quiere decir: “Hola, Tío Conejo, ¿còmo estás?”

Tío Conejo lo miró con ojos tristes y le contestó: “Mal, muy mal.  Mi tiempo sobre esta tierra se acaba.  Y antes de irme, quisiera volver a oír una vez más un tamborito.”

“¿Un qué?”, preguntó, alarmado, el Repicador.

Tío Conejo, con su intuición característica, comprendió enseguida que el Repicador era la solución a su problema.  Y puso en marcha un plan.  Empezó a revolver su rancho, actuando como un loco: sacudió la hamaca, buscó debajo de las pailas, adentro del pilón, en lo motetes, y finalmente explicó: “¡Se me ha perdido el tamborito!  El tamborito es la música de estas tierras.  En mis tiempos lo bailábamos, haciendo una ronda, cantando y aplaudiendo.  Las parejas saludaban al tambor más importante haciendo una venia.  Pero desde que se me perdió, ya no se baila, ya no se canta, ya no se toca.  Y eso me pone muy triste.”

Mientras decía esto, Tío Conejo utilizó toda su fuerza de voluntad para que los ojos se le llenaran de lágrimas.  Y, fíjense si es vivo, que lo consiguió, mejor que un artista de cine. 

“¡Pues yo lo voy a encontrar!”, dijo muy dispuesto el Repicador saliendo del rancho de Tío Conejo. 

Caminó un poco... tucutuplá... y decidió ir a consultar a la persona más sabia del pueblo:  El tío Rabel.  El tío Rabel era un violín criollo, viejo, viejísimo, y que se creía de muy alta alcurnia.  Siempre se llenaba la boca diciendo que sus ancestros venían de Europa, por eso las Hermanas Maracas no lo podían ver ni en pintura.

Chacachachá chacachachá, decían a coro, que en su idioma quiere decir: “¿Y quién dijo que venir de Europa es mejor que venir de estas mismas tierras?  Nuestros ancestros son los indios que vivían por aquí y estamos muy orgullosas de ellos.”
“Bah”, contestaba el Tío Rabel, tensando su arco, “qué saben ustedes dos, calabazas rellenas de semillas”

Y se formó la pelea:  Chacachachá chacachachá tuiu tuiu tuiu chacachachá.

El Repicador llegó en medio del alboroto: “¡Al Tío Conejo se le ha perdido el Tamborito y tengo que encontrarlo!”  El Tío Rabel se rascó la cabeza y las Hermanas Maracas, se miraron la una a la otra.  

El Repicador suplicó:  “Por favor, Tío Rabel, tú eres el más sabio de estas tierras”, dijo, dándole donde le dolía al viejo violín-.  “Sí tú no puedes darme señas de dónde encontrar al Tamborito, el Tío Conejo se irá de este mundo sin cumplir su sueño”. 
“Vamos donde Doña Cantalante, ella sabrá cómo encontrarlo”, dijo el Tío Rabel.
Y las Hermanas Maracas, que aunque eran muy perequeras tenían un corazón de oro, se unieron al grupo.  

Tucutuplá chacachachá chacachachá tuiu tuiu tuiu 

Doña Cantita, así le decían de cariño, estaba en su rancho desgranando guandú.  

Ajéeeee ay ombe...

La anciana se asombró al verlos, “Je, ¿ustedes por aquí?”.

Chacachachá chacachachá tuiu tuiu tuiu tucutuplá chacachachá, tiu tiuui...

Doña Cantina trataba de calmar el escándalo:  “A ver, uno a la vez, que si hablan todos juntos no se les entiende nada.”

Finalmente el Repicador contestó: “¡A Tío Conejo se le ha perdido el Tamborito!” 
El Tío Rabel replicó: “Y queremos encontrárselo porque está muy enfermo”.
“Y usted es la única que nos puede ayudar, doña Cantita”  dijeron las hermanas.

Doña Cantalante entornó los ojos.  El tamborito había sido su vida por muchos, muchos años.  Y cuando desapareció, ella también se sintió triste, pero se dedicó a cuidar a sus nietos, a ordeñar su vaca y a pilar su arroz.  -A mi también se me ha perdido el tamborito -dijo-  ¡Voy con ustedes a buscarlo!  Vamos a casa del pujador y de la caja, ellos deben saber algo.

Chacachachá chacachachá tuiu tuiu tuiu tucutuplá tuplá
A buscá el tamborito voy, a buscá el tamborito voy…

Llegaron todos juntos a casa del Pujador y de la Caja.  Los encontraron discutiendo

- Pum pum-  -pleque pleque-

“Bueno ¿y ustedes por qué pelean?”, preguntó el Repicador
“Pregúntaselo a él”, contestó furiosa la Caja, “hace años que no me habla”.
“¿Que no se hablan?  ¿Pero ustedes no son hermanos?”, preguntaron las Hermanas Maracas que no concebían la vida la una sin la otra.
“Es que un día ella dijo que mi voz estaba grave, y si mi voz está grave, pues, ya no quiero usarla más”, dijo tajante el Pujador.
“Pero qué tonto eres.  Yo no dije que tu voz estaba grave, yo dije que tu voz es grave.  La mía es aguda -pleque pleque- y la tuya es grave -tun tun-.
“Es verdad”, dijo el Repicador, “y la mìa es más aguda aún”: -tucutuplá-
-Ah, caray, yo creí que…-, dijo apenado el Pujador y las risas de todos impidieron que terminara la frase.

Cuando al fin, terminaron de reírse, doña Cantita dijo: “Bueno, ahora sí estamos listos, vamos para el rancho de Tío Conejo.

“-¿Pero y el tamborito?  ¡Aún tenemos que encontrarlo!” - dijo alarmado el Repicador.
Y Dona Cantita, muy contenta, le respondió: “Vamos pequeño, creo que ya lo hemos encontrado”.
Y emprendieron todos juntos el camino de regreso a casa.

FIN

EPILOGO:
Tío Conejo se sintió tan feliz de que hubieran encontrado el tamborito que se le quitaron todos sus males, que al final resultaron ser solo una indigestión por comer demasiados bollos de maíz nuevo.  En cuanto se mejoró, ofreció un baile en su rancho al que asistieron, además de nuestros amigos, los animales del monte y algunos otros instrumentos típicos como el socavón, el guiro y la mejoranera. 
Ese día, durante el baile, el Repicador dió los tres golpes del tambor y los bailarines le hicieron la venia.  ¡Fue una fiesta espectacular!





Sonajero:
Es conocido como guiro o guaracha. Se fabrica con el fruto del churuco también conocido como una especie de calabazo, se le hacen hendiduras más o menos paralelas en dirección horizontal, las cuales se friccionan o rascan con una pieza que se hace con alambre, algunos utilizan en tenedor de comer u lo aplanan y el lado de trinche se usa como rasgador.

Bocona o Socavón:
Guitarra un poco más pequeña aunque menos delgada, tiene solo 4 cuerdas y su utilidad para acompañar los bailes es de las mejores.

Mejorana o Mejoranera:
Especie de guitarra alargada hecha de cedro tiene cinco cuerdas para su mejor sonido.

Rabel:
Es un violín criollo de tres cuerdas y al igual que los violines se tocan con un arco, este instrumento lleva la melodía con sus acordes suaves.

Acordeón:
Instrumento que a pesar de no ser de nuestra región, es parte fundamental de nuestra música y es un instrumento que se estira y encoge produciendo sonidos que llevan sazón y ritmo.

Pujador:
Instrumento de sonoridad más grave o baja, muy útil como acompañante al igual que la caja y el repicador donde se toca es piel de vaca y solo lleva un lado, el de arriba, en la parte de abajo es hueca.

El Repicador:
Es un tambor de cuñas con parche por un lado, es de efecto sonoro agudo y sirve para dirigir las parejas en el baile.

Las Maracas:
Se confeccionan con calabazas a las cuales se les saca el interior del fruto y se rellena con piedras o frijoles y se le ajusta un palo para que haga las veces de un mango que al agitarse, produzca un sonido que sumado al de otros instrumentos hace que se escuche agradable.

La Caja:
Tiene parches por los lados, se toca con bolillos. Es un instrumento cilíndrico y a la vez hueco, en el caso panameño esta cubierto con cuero en un extremo, amarrado con sogas y se acuña con trozos de madera pequeños. Existen muchas clases de tambor, las cuales tienen funciones específicas dentro de la música típica. Varían en forma pero la confección es igual.



lunes, 24 de octubre de 2011

Los Cantantes

Este cuento pertenece a los 
Misterios Sacros de Segunda Persona, 
pero no hizo el corte final para su publicación.   
Se los muestro igual. ;)

Hay gente que, simple y llanamente, nació para cantar.  Eso, el resto de las personas no lo soporta.  Porque cantar no es como trabajar.  Cantar no es contestar el teléfono.  Cantar no es cocinar.  Cantar no es ni siquiera como leer las lecturas. Cuando alguien nació para cantar, se sabe que es un elegido.
Además, la gente que nació para cantar disfruta cantando.  Nadie nació para contestar el teléfono, eso fue algo que le tocó hacer, simplemente.  Tal vez lo disfrute, tal vez no, pero de seguro no nació para ello. 
Usualmente, la padra no soporta que alguien realice un trabajo en la iglesia y lo disfrute.  Eso la hacer ver mal.  Por lo tanto, la padra persigue incansable e inmisericordemente a los cantantes.  “¡Esa canción no es litúrgica!  ¡El padre quiere la lista de las canciones una semana antes!  ¡No toquen instrumentos de percusión en Adviento!  ¡Canten algo menos alegre!  ¡Canten algo más alegre!”  Incluso, como es la dueña del micrófono, su voz resuena en todas las bocinas (en otro tono), lo que descalabra a los cantantes y los hace retorcerse en sus asientos. 
También hay quienes se hacen pasar por cantantes.  Supongo que alguna vez habrán oído hablar de los falsos profetas.  Estén alerta, los tiempos están cerca.  Ellos están entre nosotros y están con el micrófono en la mano.
Pero los cantantes no pueden hacer nada al respecto.  Ellos nacieron para cantar.  Hay un poder superiorísimo que los dirige.  No hablamos ya del sacerdote, de la comunidad de los santos, de los fieles difuntos.  Hablamos de uno que conocía al cantante desde el vientre de su madre, lo tocó con su dedo poderoso y lo consagró.  Ese tipo de vínculo no puede ser roto por nadie en esta tierra.
Por eso, la eterna batalla entre los cantantes y la padra es una batalla perdida.  Porque siempre llegará el momento en el que un fiel, emocionado hasta las lágrimas por un vibrato, se concentre un segundo en su oración y haga de su ida a la iglesia un verdadero acto de fe. 

lunes, 17 de octubre de 2011

Carta a Mamá


  Este cuento fue publicado en la 
Revista El Guayacán
De:  Mayte Morris
Para:  María Gabriela Morris (Mamá)
Asunto:  Urgente – Necesito hablarte Mamita

Mamá:
Te escribo este correo confiando en que te conectes esta noche y lo leas a tiempo.  Sé que no te llamo muy seguido, pero necesito hablar con alguien.  Perdóname, por fa.
Mamita, ¿Recuerdas cuando era niña y lo único que quería era jugar al teatro? ¿Recuerdas cómo sentaba a mis muñecas para que fueran mi público y te hacía iluminarme con dos linternas?  En ese momento el teatro era solo una ilusión, porque yo quería ser actriz, pero no sabía lo que eso significaba.  Tanto esfuerzo, mamá, tanto estudio, tanto arrastrarme por los pisos sucios de la facultad, tantos extras que he tenido que hacer, para que al fin, al fin, mamita, me dieran mi gran oportunidad. 
Y justo ahora que las cosas parecían marchar bien, sucede esto.
Durante los ensayos todo fue miel sobre hojuelas, el director es un señor muy serio y muy estricto, pero es un maestro y he aprendido muchísimo.  Mis compañeros de elenco son espectaculares y Charlotte, la maquillista, me ha tomado bajo su protección.  La obra estaba corriendo muy bien, el vestuario es hermoso, mamita, ojalá pudieras verme en esos trajes de época con engañadora y peluca.  Me transformo, soy otra, mamá, lo que siempre soñé.  Estaba total y completamente feliz.  Hasta que entramos al teatro.
Vas a creer que estoy loca.  Pero lo que te estoy contando es la verdad y tú sabes que yo no miento.  El primer día que ensayamos en el teatro, fue raro, porque estábamos acostumbrándonos al espacio.  Cuando terminamos ya era tarde, y todos, más experimentados que yo, tomaron sus cosas y se fueron rápido.  Mamá, no me vas a creer, pero me quedé encerrada en el edificio.  Cuando salí de mi camerino, todo estaba oscuro y silencioso.  Los teatros son lugares extraños.  Hay ruiditos, hay cosas que cuelgan, protuberancias en el piso, en fin, casi no podía moverme entre la oscuridad, el miedo y los obstáculos. Ahí fue donde la vi por primera vez.  Fue solo una impresión, o una sensación, no sé bien cómo describirlo.  Sentí que alguien pasó detrás de mi.  Más bien, oí que alguien pasó detrás de mi.  Sí, escuché claramente el sonido que provoca la seda al rozar los alambres de las engañadoras.  Lo reconozco perfectamente, porque es el sonido que hace mi traje.  Se me erizó la piel, pero deseché pronto el pensamiento, primero porque era absurdo y segundo porque estaba tratando de no entrar en pánico y quería conservar la cordura.  Llamé por celular al director de escena, que me prometió venir lo más pronto posible y se disculpó por no haber comprobado que el teatro estuviera vacío antes de cerrar.  La cosa no pasó a mayores.
Pero a partir de ese momento, empecé a verla. Si estaba esperando mi turno para entrar a escena, veía con el rabito del ojo algo pasar tras de mi.  O al quitarme el maquillaje en el baño del camerino, si levantaba la vista del lavabo y me miraba en el espejo, veía en el reflejo un celaje, algo que pasaba rápido.  Charlotte trató de darme confianza, diciéndome que cualquier teatro que se respete tiene su fantasma y que solo los actores con mucha sensibilidad podían verlo.  Pero mamita, anoche, la noche del ensayo general, la vi de espaldas.  Claramente.  No huyó ni se escondió.  Se quedó de pie, en la trasescena.  Su traje era igual al mío, de seda color melocotón.  Los rizos de su peluca caían rubios, sobre su espalda.  Era igual a mi, mamita, igual a mi.  Dicen que morirse en escena da mala suerte.  ¿Será ese mi fantasma?

De:  Roberto Morris
Para:  Robertito Morris
Asunto:  FWD:  Urgente – Necesito hablarte Mamita
Tito, tu mamá está en cama desde que algún imbécil le envió esto ayer.  Por favor, fíjate si alguno de tus amigos cibernéticos puede encontrar de qué computadora salió este mail.  Y a ver si vienes a ver a tu mamá un rato.  Desde que tu hermana murió no puede dormir por las noches.  Y ahora esto. 
Papá.

lunes, 10 de octubre de 2011

La Prueba

Recolectaron muestras de la sangre con cuidado y laboriosidad.  Inspeccionaron al cristo desde todos sus ángulos, sus resquicios, su base.  Levantaron la corona de espinas.  Revisaron el techo.  Entrevistaron a los campesinos corvos, al médico rural, al sacerdote esquivo.  Se dirigieron al carro, listos para emprender el largo regreso a la ciudad, donde los esperaban el laboratorio y un sin fin de pruebas y reportes.
Antes de subir, ella se libró de su bata blanca, la dobló y la puso sobre la tapa del motor, mientras se amarraba el cordón de su zapatilla.  Al levantarse, se encontró de frente con una gran mariposa azul, que abría y cerraba sus alas sobre la bata.  Permaneció inmóvil, mientras su corazón, más que palpitar, corría desbocado.  Alargó la mano.  La mariposa revoloteó y se posó, por breves instantes, en su dedo índice.  Él, que conocía sus fobias mejor que la fórmula del agua, congeló una mirada bifocal y sonrió ante la irrefutable comprobación de un absoluto milagro.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Cosas que quedan por decir

Que me llevo un bloc de páginas en blanco que nunca podré escribir.

Que te devuelvo tu llave, ya no sirve.  La cerradura se dañó para siempre.

Que el reflejo en el espejo tiene ahora una mirada que no logro descifrar.  Tal vez porque sabe algo que no sé.

Que mi sombra me persigue con mas ahínco, y a las doce, cuando desaparece bajo mis pies, me dice cosas que no entiendo.

Que a las palabras les faltan letras. 

Que no olvides pagar el agua, la luz y el teléfono y alimentar la planta carnívora del jardín.

Que he empacado cosas tuyas que jamás te devolveré. 

Que lo que no encuentres, ya sabes dónde buscarlo.

Que te dejo un huracán, un frasquito de momentos amargos y una lista pegada al refrigerador.  Revísala.  He tratado de quitarle todo el romanticismo. Pero tal vez haya fracasado en el intento.

lunes, 19 de septiembre de 2011

LA ADUANA

(Este cuento fue publicado en la Revista de Copa)



Con el cambio de guardia, vino la marejada de viajeros. Filas y filas de seres. 
Ruidos, idiomas incomprensibles, llamadas de “pasajeros en tránsito” en las bocinas.   Desde que nuestro puesto de aduana se convirtió en el puerto de entrada al sistema planetario, no hemos tenido ni una tríada de descanso.  Ahora resulta que el turismo interplanetario es la gran cosota, la salvación de nuestras paupérrimas economías... como si alguno de estos seres, con sus turbantes de tentáculos, sus múltiples ojos y sus comidas hediondas, fueran a dejarnos algo más que basura. 
Llamé a los siguientes en fila.  Era una pareja que se camuflaba con el fondo.  Inmediatamente adquirieron el color de nuestros muebles y solo podía ver sus ojos. 
Por favor, necesito verles las caras completas, pueden no camuflarse con el fondo, gracias, ponga aquí su tentáculo izquierdo, ahora el derecho.  Gracias.  Permítame su documento de viaje.  Gracias.  Cuál es su destino final.  Gracias.  Cuál es el motivo de su viaje.  Gracias. El siguiente pasajero era una babosa intergaláctica que tenía problemas para mantenerse detrás de la raya amarilla.  Tuve que solicitar un traductor y un recipiente para contenerlo en un solo lugar.  Este trabajo me está matando.  No, en serio, me está matando, tengo 2864 diferentes bacterias en mi cuerpo, algunas aún no clasificadas.  Estoy exhausto y mi cubículo dormitorio tiene un fallo nuclear que causa cambios repentinos de temperatura que no me dejan dormir bien.  Luego de la babosa intergaláctica venía la peor pesadilla de un agente de aduana, una familia compuesta por dos seres vegetales y decenas de brotes.  Cuando terminé el absurdo trabajo de llenar un formulario para cada brotecito que aún no se ha ni despegado de su madre/padre, la vi por primera vez.  Me llamó la atención otro ser humano tan lejos de Gaia.  Hicimos contacto visual y esbozó una sonrisa de medio lado.  Estaba en otra fila, por supuesto. Lamenté mi perra suerte una vez más.  A mi me tenía que tocar la babosa intergaláctica y al tonto agente de la 15, el único ser humano del día, que además, tenía una hermosa sonrisa de medio lado. Ya empezaba yo a maldecir entre dientes y a quejarme por infinitésima vez de mi sino, cuando los planetas se alinearon y el cosmos decidió recompensarme.  Algo pasó con el tonto de la 15, le dio un faracho a alguien o algo, no sé ni me interesa, y mi supervisora, muy diligentemente empezó a colocar a los pasajeros en otras filas.  Crucé los dedos y prácticamente pasé al enano trompudo que tenía delante sin chequearlo.  Sí.  El universo me amaba. Se oyeron en las bocinas los acordes del Aleluya de Handel  y un halo de luz dorada cayó sobre mi. Literalmente. Miré hacia arriba y vi que estaban descubriendo la cúpula de vidrio del techo de la aduana: el universo no gira a mi alrededor después de todo.  Pero ella estaba en mi fila, detrás de cinco o seis serendípitus que eran lo mejor:  se fundían todos en uno solo para hacer aduana.  En menos de lo que canta un gallo (¿qué querrá decir eso?), la humana estaba frente a mi.  Se llamaba María.  Me gustan los nombres antiguos, dije, por decir algo.  Ella completó la otra mitad de su sonrisa.  Venía a visitar las escuelas superiores, pues quería especializarse en, qué más, turismo intergaláctico, la carrera de moda, me dijo con un guiño.  Piensapiensapiensa, solo la puedes retener aquí unos preciosos minutos.  María, necesito un número de comunicación y una dirección física, son nuevos requisitos estándares de aduana, dije, elaborando más de lo debido y rascándome la nariz, como cada vez que miento. María me miró con unos ojos profundos en los que aún brillaba algo de polvo de estrellas y lanzó una carcajada, echando la cabeza para atrás.  Resultaba demasiado obvio para alguien de mi propia especie.  Me encantaría, dijo, atacando de frente el subtexto de todas mis estupideces.  Me dejó su número y se marchó, volteando la cabeza y despidiéndose con la mano justo antes de perderse en la banda sin fin. 
Me tomó unos segundos recomponerme, mientras mi supervisora me lanzaba una de sus famosas miradas suspicaces y mi compañero de la cabina de al lado se aclaraba la garganta con sorna.  El resto de la tarde, mi pobre corazón humano y sus miles de bacterias palpitaron un poquito más rápido, recordándome que aunque lejos y solo, aún estaba vivo.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Café


- Venga mañana a buscar café.

El campesino dijo las palabras casi sin pensarlo, al escuchar a la lechuza.  Se sorprendió un poco al oírse.  Nunca había creído en apariciones y sintió que, sin quererlo, estaba canalizando a su abuela.  La recordó con cariño, contándole que la mejor manera de saber quién era bruja en el pueblo era convocándola al oírla silbar como la lechuza.  En su honor, lanzó un grito seguro:  ¡Venga mañana a buscar café!

El campesino sonrió y se acostó en la hamaca.  Hacía fresco.  En la mañana había trabajado duro limpiando el cuadro de pelota de la comunidad, a pleno sol y con su sombrero como único resguardo.  El fresco lo adormeció un poco hasta que las tripas le recordaron que tenía hambre.  Su mujer apareció con un bollo picadito y se sentó en el taburete a su lado.

- ¿Qué gritabas?
- Nada

Miró a su mujer.  La luz de la luna marcaba sus recién estrenadas arrugas. Sin poder formular claramente su pensamiento, lamentó no tener suficientes palabras para expresarle algo de afecto, tres hijos y quince años después del día en que fue a buscarla a casa de su mamá.  No le dijo nada, pero ella, como siempre, pareció leerle el pensamiento.  Lo miró, le sonrió y puso su mano áspera en el brazo de él. 

- Vamos pa‘dentro, que ‘ta enfríando la noche. 

Él agradeció no tener que usar sus palabras con ella.  Mientras cruzaban el patio, miró la sombra del naranjo, cargado en frutas y pensó que ya era hora de cosecharlas.  Ella hizo el mismo comentario en voz alta.  Unos pasos más adelante el perro de la casa salió a su encuentro, moviendo la cola.  Él recordó que le habían dicho que un tigrillo andaba merodeando por los patios.  La mujer se adelantó:

- Pasa pa‘la casa, Perrín, que hay un gato grande por ahí. 

El campesino entró a la casa, se quitó el sombrero y se preguntó qué haría si al día siguiente su esposa lo despertaba pidiéndole café.  

martes, 6 de septiembre de 2011

Otra Vida


Si yo pudiera retroceder el tiempo regresaría a la tarde esa en la que fui a tu oficina a pedirte algo que necesitaba, ya no recuerdo qué, un papel, una firma, qué se yo.  Regresaría a esa tarde y al encontrarme frente a tu puerta, en lugar de hacer girar la manigueta y entrar, preguntándote, es usted el señor Santizo, seguiría de largo por el pasillo iluminado con esa luz blanca de hospital, hasta llegar a la escalera puerca de institución pública, bajaría los tres pisos, me despediría del conserje y me largaría para no volver jamás. En lugar de sentarme frente a tu pupitre y sonrojarme un poco cuando te vi mirándome las tetas con disimulo, entraría en el casino de la otra esquina, jugaría al black jack y me ganaría veinte mil dólares que emplearía en comprarme un pasaje y un guardarropa para unas maravillosas vacaciones en el caribe.  En vez de estrechar tu mano como quien no quiere la cosa al despedirme y darme la vuelta cuando me pediste mi pin del Blackberry poniéndote a las órdenes por si yo necesitaba algo más, entraría a mi casa, mandaría a la mierda a mi mamá y me iría al salón de belleza a teñirme el pelo de rojo, porque tú odias a las pelirrojas y yo ya no quiero ser yo.  

miércoles, 17 de agosto de 2011

Mentiras Verdaderas

La verdad, verdad, hoy quiero escribirles sobre la verdad. O sobre la mentira. O, lo que es lo mismo y también todo lo contrario, sobre la ficción y la realidad.
Pues qué creen. Una vez graduada de la escuela me encontré con que mi mamá esperaba que yo fuera a la universidad. ¡Y estaba incluso dispuesta a pagármela! Yo dije, bueno, total, ni que hubiera filas de gente para contratarme... y fui a la universidad y estudié una carrera muy graciosa que se llama Comunicación Social, en la que uno aprende un poquito de todo y mucho de nada.
Allí aprendí (a grandes rasgos, ya les dije que solo aprendí un poquito de todo) cómo funcionan los medios de comunicación. Esto fue lo que aprendí en mi primera clase de periodismo: La objetividad no existe. Y yo pensé, qué raro, uno que siempre oye que los medios y los periodistas deben ser objetivos... y resulta que no. Que desde que uno hace una elección consciente de palabras y escoge, por ejemplo, escribir hogar en lugar de casa, ya está poniendo algo propio. Que al periodista le resulta imposible abstraerse de su marco de referencia. Ahí fue donde empecé a sospechar. Luego, un día durante una clase, uno de mis profesores de periodismo nos contó cómo un periodista muy famoso, que escribía glosas, publicó que cierto personaje ilustre de Penonomé era buscado por una gran deuda. El personaje, un hombre muy honorable, llamó indignado al periodista, y este le contestó que lo que pasaba es que él lo había llamado inútilmente varias veces, y que sabía que si publicaba eso, le iba a devolver la llamada. Y, bueno, que lo que él quería era recibir las dos cajas de cerveza que le había prometido en un juego de pelota el ilustre señor.
Ahí dije, nos fregamos. ¡Las noticias mienten!
Luego, con los años me he dado cuenta de que todo funciona al revés. Porque en la literatura, en el cine, vamos, en la ficción, partimos de la base de que estamos contando una historia falsa. ¿No? Pero en realidad, las grandes obras clásicas descansan siempre sobre verdades universales. Por eso son grandes obras clásicas.
Así que, sí, las películas, las novelas, los cuentos, las canciones, tratan sobre escenarios improbables, personajes increíbles, historias inverosímiles... ¡Pero cuentan grandes verdades! Como Romeo y Julieta. Como La Guerra de las Galaxias. Como Cien Años de Soledad. Como Ciudadano Kane.
Pero sigue existiendo algo que dice la verdad al decirnos que miente. Y lo creemos, a sabiendas y felices. Y gastamos dinero, mucho dinero, convenciéndonos de que esto que sabemos que es mentira, es verdad. Se trata de la publicidad.
Y no porque promete cosas que los productos no pueden cumplir. Lo que pasa es que promete un mundo que no puede existir. El mundo en el que las mamás preparan la cena en una cocina hermosa, con todos los miembros de su familia sentados a la mesa, bien peinados y sonrientes. Ese mundo en el que la comida siempre es deliciosa y hay que saborearla haciendo mmmm... y asintiendo con la cabeza.... Ese mundo en el que el esposo, como recompensa por la cena, besa a la mamá, a la que no se le ha movido un pelo luego de tanto cocinar y que probablemente tiene 10 años menos de lo que tendría una mamá de verdad.
Lo más gracioso es que, volviendo a la universidad, también aprendí ahí que los publicistas siempre deben decir la verdad, porque una marca no resiste una mentira en su comunicación. Pero en realidad, al pintar este mundo ideal, (usaré la palabra publicitaria “aspiracional”) no está mintiendo... ¿o sí?
Es una línea muy delgada, que se mueve de lugar para cada quien.
Entonces, resumiendo: el periodismo, que debe decir la verdad, miente. La ficción, que debe mentir, dice la verdad. Y la publicidad, que parte desde la premisa que lo que cuenta no es verdad, dice muchas verdades, pero también dice grandes mentiras.
¿Qué nos queda? Sacudir la información que recibimos para sacar lo cierto y lo falso. Pensarlo. Saberlo. Empoderarnos (el corrector me marca esta palabra, pero me mantengo firme ante mi elección de palabras) de nuestro cerebro y nuestra toma de decisiones. Dudar frente al periódico. Creer frente al libro. Discernir frente a la tele.
Suerte en ese viaje, amigos.

martes, 12 de abril de 2011

¡Bienvenidos!

Después de mucho ir y venir, andar y pasear, decidí recuperar mi relación con los blogs. Tuve uno, pero fue abandonado por muchas razones. Ahora, no puedo con el cargo de conciencia de haber dejado por ahí tirados mis escritos, y quiero empezar de nuevo, de cero, y esta vez, hacerlo bien.
Aquí escribiré... no tengo idea.
Lo que se me ocurra, lo que me provoque. Ya tengo práctica con tanto facebook y twitter.
A mis amigos que me han pedido en tantas ocasiones: ¡ABRE UN BLOG! Esto es para ustedes.
Isabel