
Cuando se le ocurría una idea para una historia, se echaba una piedrita al bolsillo, como recordatorio. Al principio regresaba de sus paseos matutinos con una o dos piedritas, pero pronto el método probó ser infalible. En poco tiempo ya las ideas no se le ocurrían a él, si no a las piedritas. Fue limpiando los caminos hasta dejarlos en polvo seco y duro, en tierra apisonada. Las piedritas se acabaron y los bolsillos de su pantalón se llenaron de huecos. Entonces empezó con las hojas de los árboles.
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