martes, 20 de diciembre de 2011

ESTAMOS BIEN


Entro a la regadera y me doy cuenta de que solo me queda un poquito de shampoo. Es raro, pero no me importa.  Me baño rápido, me seco y me pongo algo más bonito que los pantalones cortos que he estado usando desde el 20.  Mi mamá cierra el teléfono y nos disponemos a celebrar la navidad más extraña de nuestras vidas. 
Solo tenemos dos tamales congelados. 
- Uno para ti y uno para mi, dice mi mamá. 
La vecina la llama.   Ella sale con cuidado y  regresa con medio pollo asado y su fe en la humanidad renovada.  Les llevamos uno de nuestros dos tamales y pensamos que así debería ser siempre la Navidad. 
Algo tan insignificante como poner la mesa me conmueve hasta las lágrimas.  Pienso en todo lo que no sé.  Nos reímos mientras comemos, recordando a los hombres de la calle que bajaron a la esquina a esperar a los CODEPADI.  Primero pasó uno con un rifle.  Luego pasaron dos con machetes.  Luego, otro con un bate.  Y finalmente, uno que no encontró más nada que una yuca grande y gorda para defenderse. 
El teléfono suena otra vez.  Mi mamá contesta, mientras recojo la mesa y friego.  Esta es la guerra más cómoda del mundo, nunca se ha ido la luz y tenemos agua y teléfono, decimos, y mientras los rostros ríen, los corazones lloran.  No nos ha tocado perder a nadie.  Pero algo hemos perdido. 
- ¿Si? ¿Otra vez?  Pero ayer también dijeron que venían por San Francisco... ¿Y que se están metiendo en las casas?  Yo no creo que eso sea verdad... ¿Una prima de la vecina?  No creo, en la entrada de la barriada hay un tanque... Sí... Estamos protegidas, sí... Hablamos.  Feliz Navidad a ustedes también.
Nos sentamos frente al Nacimiento mientras vuelan los helicópteros sobre nuestra casa.  Prendo una velita y me imagino a San José, sin comida, en una tierra ocupada, dependiendo de la caridad de su prójimo.  Pobre hombre.  Por un segundo, agradezco que mi padre y mi abuelo no hayan vivido esto.  Nada nos ha pasado.  Estamos bien.  Lo bien que se puede estar con el corazón desgarrado.  Cantamos Tu Reinarás.  En nuestra patria, en nuestro suelo.  Cuando llegamos al coro tenemos un nudo en la garganta.  

lunes, 12 de diciembre de 2011

EL CONVENTO


La novicia y el doctor cruzaron juntos el patio interior del convento y caminaron por los antiguos corredores que llevaban a las celdas.  Al llegar, ella se paró, como un soldado,  junto a la puerta.  El doctor asintió, tocó suavemente con los nudillos e hizo girar la perilla.  Entró con la rapidez de un felino y se perdió en la oscuridad del cuarto.  Afuera, la novicia esperó sin moverse, con las manos cruzadas.  Nunca había visto a la hermana que vivía entre esas cuatro paredes.  Nadie la había visto, salvo el médico y la madre superiora.  Llegó una nochebuena en medio de bombas y balas, y se encerró a vivir sus últimos años en contemplación y absoluto silencio.  Solo se comunicaba con el exterior a través de una pequeña rejilla corrediza por la que entraban y salían, sin mediar palabras, las simples vituallas, las perfumadas sábanas, los blancos hábitos. 
Luego de un tiempo, no podría decir si largo o corto, el doctor salió, pálido y sombrío.  Le pidió a la novicia que lo dirigiera hacia la madre superiora.  La encontraron en la cripta del convento, dando órdenes con la fuerza de un general a los trabajadores que restauraban las antiguas paredes de piedra. El doctor le susurró dos frases al oído, y a pesar de que la novicia se había quedado en la puerta, la madre superiora le hizo un gesto para que se marchara.  Eso fue todo lo que vio la única vez que se acercó a la celda de la hermana que vivía en contemplación.
Así se lo relató a los investigadores de la Comisión de Justicia y Paz cuando vinieron, años después preguntando si era cierto que ese convento le había dado refugio a una monja, que había llegado una nochebuena de bombas y balas, acompañada por el Nuncio Apostólico, cuatro días después de la Invasión.  

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Cuento para leer en el semáforo

Cuando le tocó el turno,
luego de hacer una larga fila que duró toda su vida,
comprendió que ya no le interesaba.


Logró dar un corto y maravilloso paseo,
antes de caer fulminado por la muerte.