lunes, 26 de marzo de 2012

Emoticones

La Asamblea Anual de Emoticones Unidos terminó como siempre.  Unos llorando a cántaros, otros rojos de la rabia, aquellos riendo a carcajadas y los más, queriendo disimular sus verdaderos sentimientos.  Hasta el otro año, señores, gritó uno despidiéndose con la mano.  El diablo, el ángel e incluso el extraterrestre partieron volando, deseando secretamente que no volvieran a citarlos mas a perder el tiempo.   El Emoticón Presidente, con su eterna sonrisa sin dientes, dio por terminada la reunión, auguró mejores días para la agrupación y firmó el acta con dos puntos y un paréntesis.  Al partir, uno torció la boca y dijo, “Cada día nos parecemos más a los humanos”.

jueves, 8 de marzo de 2012

MANI - PEDI


               Llego al salón de belleza, como tantas veces.  Hola, ¿habrá alguien para mani y pedi?  Claro, me dicen, y me sientan.  Y mientras la chica se afana en buscar el agua y arreglar sus cosas, pasan muchas preguntas por mi cabeza.  ¿Cómo puedo sacar hora y media para esto con todas las cosas que tengo que hacer? ¿Me pasará como tantas veces que salgo por la puerta del salón y me tengo que dar media vuelta para que me arreglen una uña que me acaban de pintar? ¿Traje algo para leer? ¿Tiene suficiente batería mi celular? ¿Rojo? ¿Violeta? ¿Azul? ¿French? ¿Naranja?

            Poco a poco me logro concentrar en un tema que me apasiona:  los nombres de los colores de los pintauñas.  ¿Quién les pondrá esos nombres?  Y más importante aún, ¿podré alguna vez yo conseguir ese trabajo?  Para decidir qué color me voy a poner tengo que saber cómo se llaman.  Y así logro entenderlos.  Porque cada nombre es un pequeño cuento corto, una microficción tan sugerente que me hace imaginar una historia.  Entre los de OPI están “I’m not really a Waitress”, “Red My Fortune Cookie”, “Bubble Bath”, “My Chihuahua Bites”, “Save Me” y mi favorito, el que estoy usando hoy, el que me pongo porque me recuerda el carro de mi abuelo, “Smitten with Mittens”. 

            Mi historia de amor con este color nació una Navidad, cuando, como todos los años, tenía que pintarme las uñas de rojo.  Porque era Navidad.  Había un color, un rojo, oscuro y tentador, una pequeña botellita de sangre brillante y escarchada.  Tenía pequeñas partículas que lo hacían especialmente festivo y yo, unos dólares extra en la cartera.  Así que compré la botellita mágica.  Al usarlo por primera vez, el hámster que da vueltas en mi cabeza empezó a girar rápido y más rápido.  Algo había en esta pintura, algo que me hacía pensar en tiempos lejanos y mejores.  Poco a poco fui levantando las capas de polvo y memorias y ahí estaba, brillante y enorme, el Buick de mi abuelo.  Era igual, era la misma sensación que producía la pintura, con pequeños destellos de luz que solo se pueden observar si uno mira la carrocería al sol y muy de cerca.  Solo que el Buick era azul y mis uñas rojas.  Pero eran exactamente iguales.  Entonces pasó.  Viajé a mis cinco años y me encontré parada frente a la parte trasera del auto de mi abuelo Claudio, trazando con el dedo las letras plateadas sobre la puerta del maletero.  B – U – I – C – K .  Letra por letra, pero sin poder decir la palabra, porque no sabía cómo pronunciar la combinación ck.  Fue un viaje en el tiempo a través del color y la textura, sin la ayuda de absolutamente ningún psicotrópico. 

            El día que uno se hace manicure, se lo pasa mirándose las manos.  Porque la sensación te perdura por horas y horas.  El color está brillante, los bordes perfectos, las puntas redondeadas.  Uno quiere firmar en el banco, manejar, saludar dando la mano.  Uno definitivamente no quiere fregar, cambiar una llanta, lavar unas zapatillas.  Uno se un siente un poquito una  reinita.  Es una pequeña alegría que dura 24 horas.  A veces el color es tan alegre que la alegría dura una semana.  A veces cometes un error con el color y no encuentras cuándo cambiarlo. Ah, pero el día que uno se hace pedicure, ese es el día de las sandalias.  Mirarse los pies y ver diez pequeñas gotas de color que miran de vuelta y sonríen.  Ese es un día feliz.

            Un día leí de Desmond Morris, que el blush, el lipstick y el color de uñas se usam porque la sangre enrojece nuestras mejillas, labios y uñas durante la excitación sexual.  Así que, básicamente, al fingir el color, fingimos nuestra disposición para el sexo.  ¿Cierto? ¿Falso? No sé.  A mi me parece probable.  Tal vez por eso los azules, amarillos, verdes son lindos, sí, pero nunca son sexy.  No son, digamos, saludables.  Cuando leí eso, muy joven, decidí no pintarme jamás, para no enviar señales confusas al sexo opuesto.  Esta determinación me debe haber durado aproximadamente dos horas, porque no recuerdo haber dejado de maquillarme nunca.  Algo es cierto.  Esa hora y media sacada del horario de locos de mi vida, cada dos semanas y esas pequeñas alegrías que me miran desde la punta de mis sandalias, hacen de mi insignificante vida, una vida más feliz.