viernes, 10 de febrero de 2012

EL CUENTO

Se enfrentó a la página en blanco con la terrible certeza del que no tiene nada que decir.  Escribir por encargo, una historia ajena, lejana, incontable.  No conocía al protagonista, un chico joven, estadounidense, un poco afeminado pero no lo suficiente, que oía música pop y quería viajar.  Quién carajo era ese tipo.  No lo conocía, no sabía a dónde iba en ese viaje en tren, ni por qué, ni dónde estaría su redención.  Pero de todas formas, el chico se subió en la estación del pueblo vecino y empezó  a desplazarse haciendo una elipsis perfecta entre el principio de esa descabellada carrera y su fin.  A ella se le ocurrió al pensar en lo de la elipsis que el movimiento del viaje sería de translación, pero también, de alguna manera, de rotación.  Al chico le gustó la metáfora planetaria y la saludó desde su ventana.
Ella lo volvió a mirar.  Era, más que blanco, transparente y su cabello tenía el color y la textura de un saco de henequén.  Era alto, tanto que las piernas no le cabían en el asiento y las rodillas quedaban por encima de su cintura cuando se sentaba, incómodo, conectado a su Ipod y con un libro entre las manos.  ¿Qué leía?  Ella no lo sabía aún, pero sabía que escuchaba Lady Gaga, tal vez con un poco de verguenza.  Quería viajar, igual que ella quería viajar.  Quería perderse, igual que ella.  Quería aprender, eclosionar, cambiar de vida.  Como ella.  Empezó a sentir que lo conocía. 
Le pareció que era un buen momento para que se bajara.  En la próxima estación, pensó.  El chico asintió, cerró su libro y se dispuso a bajar.  Pero lo pensó mejor.  En esta no, en la próxima.  Ella insistió, aquí, en esta.  No.  El se sentó de vuelta y su flaca humanidad se aferró al asiento con toda la terquedad de sus diecisiete años.  La misma terquedad con la que había convencido a sus papás de hacer este viaje en tren.  Ella lo pensó un poco.  Se distrajo con el teléfono y cuando regresó, el chico estaba aún ahí, decidido a esperar un poco más para bajarse.  Ella empezó a pensar que tal vez era buena idea dejarlo hacer lo que quisiera, total, este era el año en el que había aprendido a no tratar de controlarlo todo, porque al final, las cosas siguen su propio rumbo y el único frustrado termina siendo uno. 
El chico le sonrió de medio lado y miró hacia afuera.  No se veía otra cosa que maíz, o trigo, o algún grano de esos que crecen en el midwest.  Ella lo imaginó en su escuela con un tremendo gimnasio, piscina, teatro, biblioteca.  Lo imaginó solo y con amigos, estudiando y perdiendo el tiempo, siendo una estrella y un marginado.  Lo imaginó en una linda casa, cada uno con su cuarto, internet, cable.  Lo imaginó en un pequeño apartamento, con vecinos ruidosos, ambulancias y radiopatrullas.    No podía decidir.  El la miró otra vez, con una mirada que parecía decir, no importa quien fui, solo importa quien soy.  Ella quiso decirle que necesitaban conocerse antes de entablar una relación tan estrecha.  Él le tapó la boca.  Luego de la sorpresa inicial, ella permitió poco a poco que sus músculos se relajaran.  Miró hacia afuera y pudo ver el cielo más azul del mundo.  Le tomó la mano al chico y aspiró el olor a máquina, a gente, a planicie.  Decidió quedarse y hacer el viaje también. 
Tal vez este cuento tenga futuro, pensó.