viernes, 9 de septiembre de 2011

Café


- Venga mañana a buscar café.

El campesino dijo las palabras casi sin pensarlo, al escuchar a la lechuza.  Se sorprendió un poco al oírse.  Nunca había creído en apariciones y sintió que, sin quererlo, estaba canalizando a su abuela.  La recordó con cariño, contándole que la mejor manera de saber quién era bruja en el pueblo era convocándola al oírla silbar como la lechuza.  En su honor, lanzó un grito seguro:  ¡Venga mañana a buscar café!

El campesino sonrió y se acostó en la hamaca.  Hacía fresco.  En la mañana había trabajado duro limpiando el cuadro de pelota de la comunidad, a pleno sol y con su sombrero como único resguardo.  El fresco lo adormeció un poco hasta que las tripas le recordaron que tenía hambre.  Su mujer apareció con un bollo picadito y se sentó en el taburete a su lado.

- ¿Qué gritabas?
- Nada

Miró a su mujer.  La luz de la luna marcaba sus recién estrenadas arrugas. Sin poder formular claramente su pensamiento, lamentó no tener suficientes palabras para expresarle algo de afecto, tres hijos y quince años después del día en que fue a buscarla a casa de su mamá.  No le dijo nada, pero ella, como siempre, pareció leerle el pensamiento.  Lo miró, le sonrió y puso su mano áspera en el brazo de él. 

- Vamos pa‘dentro, que ‘ta enfríando la noche. 

Él agradeció no tener que usar sus palabras con ella.  Mientras cruzaban el patio, miró la sombra del naranjo, cargado en frutas y pensó que ya era hora de cosecharlas.  Ella hizo el mismo comentario en voz alta.  Unos pasos más adelante el perro de la casa salió a su encuentro, moviendo la cola.  Él recordó que le habían dicho que un tigrillo andaba merodeando por los patios.  La mujer se adelantó:

- Pasa pa‘la casa, Perrín, que hay un gato grande por ahí. 

El campesino entró a la casa, se quitó el sombrero y se preguntó qué haría si al día siguiente su esposa lo despertaba pidiéndole café.  

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