Recolectaron muestras de la sangre con cuidado y laboriosidad. Inspeccionaron al cristo desde todos sus ángulos, sus resquicios, su base. Levantaron la corona de espinas. Revisaron el techo. Entrevistaron a los campesinos corvos, al médico rural, al sacerdote esquivo. Se dirigieron al carro, listos para emprender el largo regreso a la ciudad, donde los esperaban el laboratorio y un sin fin de pruebas y reportes.
Antes de subir, ella se libró de su bata blanca, la dobló y la puso sobre la tapa del motor, mientras se amarraba el cordón de su zapatilla. Al levantarse, se encontró de frente con una gran mariposa azul, que abría y cerraba sus alas sobre la bata. Permaneció inmóvil, mientras su corazón, más que palpitar, corría desbocado. Alargó la mano. La mariposa revoloteó y se posó, por breves instantes, en su dedo índice. Él, que conocía sus fobias mejor que la fórmula del agua, congeló una mirada bifocal y sonrió ante la irrefutable comprobación de un absoluto milagro.
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