miércoles, 26 de diciembre de 2012

Polaroid


Miró con desconfianza el girasol que se abría frente a él en la mesa del café. Nunca le habían gustado esas flores escandalosas, descaradas, ridículamente alegres. Una flor que se movía con el sol era casi un animal.  Se trataba de un Helianthus annuus. Sonrió al pensar que esa era una de las tantas cosas suyas que sacaban de quicio a su mujer.  Que él poseyera ese tipo de información, totalmente inútil y además tuviera la urgencia de compartirla.  A ella le encantaban los girasoles, desde que una quiromántica en Cuba le había dicho que debía tenerlos siempre en su casa para alejar a los malos espíritus, vibraciones, lo que fuera.  Claro, él tenía información verídica y comprobable que compartir, pero ella prefería creer tonterías espiritistas de una perfecta desconocida con turbante blanco.  Pensó en ella, en su mujer, y sintió un calorcito por dentro.  Le tomó una foto al girasol y se la mandó con la frase “Un Helianthus annuus para que alejes los malos espíritus”. Ella le devolvió un emoticón con los ojos entrecerrados, cosa que el interpretó como que había entendido el chiste.  Luego se enviaron, a la vez, corazones de colores diferentes.  Jamás coincidían en nada.  Cómo se soportaban era un misterio.  Tal vez porque se turnaban para uno ser el sol y el otro, una flor/animal que brillaba descaradamente ante su luz.  

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